Solías creer que si el trabajo era lo suficientemente bueno, el dinero seguiría. Sonaba noble, incluso espiritual. Pero también te liberaba. No reclamaste el lado financiero de tu visión. No le diste la estructura ni el cuidado que necesitaba. Y al hacerlo, colocó un techo silencioso por encima de su propio potencial. Ahora lo ves claramente: la riqueza no está separada de tu propósito. Es el combustible que permite que tu visión viva plenamente en el mundo. El dinero, cuando es guiado por la devoción, se convierte en amor en movimiento: la capacidad de construir, apoyar, sanar y elevar. Se vuelve sagrado cuando lo usas para albergar a tus padres, elevar a tus hijos, honrar a tus maestros y albergar a los olvidados. Se convierte en gracia cuando fluye a través de ti al servicio de lo que es bueno, hermoso y verdadero. Pero para que eso suceda, tienes que darle la bienvenida plenamente. No solo tolerarlo. No solo administrarlo. Recíbelo. Dale forma. Bendícelo con tus valores. Ya no temes que el dinero comprometa el alma de tu trabajo. Ahora lo sabes: no se trata de ser impulsado por el dinero, se trata de que te confíen en él.
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